sábado, 19 de octubre de 2013

Mazarulleque vs. Garcinarro, ¡cuestión de sexo!

Quizás, porque la selección marca la pervivencia —como venía a decir Darwin—, surge la rivalidad como algo intrínseco a la vida. Además, se da en todos los niveles de organización biológica: celular, individual, poblacional... En ese contexto, encontramos espermatozoides que corren que se las pelan por llegar primero; chicarrones que sacan pecho por ser 'el amo del corral'; chicas que se ponen aún más guapas, y a cuál más; países que se lanzan a guerras llamadas 'misiones de paz'. Así que, la rivalidad nos rodea irremediablemente, e incluso, parece ser el eje de nuestra existencia. Detrás de esas pugnas, hay dos formas de selección fundamentales que las sustentan: la sexual y la natural. Esta última incluye todo lo que no está en la primera, si es que ambas formas de selección están realmente disociadas. En ese marco de la rivalidad, surge la más ingeniosa de todas: los piques entre pequeños pueblos vecinos, especialmente si éstos vienen dados por cuestiones de sexo.

Un buen ejemplo puede ser la historia de Villatripas de arriba y Villatripas de abajo que nos canta Krahe; pero también hubiera podido ser las historias de Mazarulleque y Garcinarro, dos pueblos que llevan siglos teniendo una cálida vecindad en todos los sentidos.

En ese pueblo de al lado, hay un dicho que dice algo así como:

De Mazarulleque a Garcinarro,
bajó una morcilla rulando,
tiró siete casas y un esquinazo,
y a la moza del cura, le rompió un brazo.

Por eso, a los de Mazarulleque los llaman 'morcilleros'. Conociéndolos, no me extrañaría que alguna vez hubieran echado una morcilla carretera abajo; y que ésta hubiera derribado siete casas. Sin embargo, pienso que es una metáfora. Lo que solía bajar por esa cuesta de Mazarulleque, no eran morcillas, sino morcilleros para romperle –según ellos–  el corazón (y no un brazo) a la moza del cura y a cualquier otra moza que se terciara.

Como cada uno cuenta la feria según le va, había quien cantaba:

Garcinarro, Garcinarro,
qué pobre te estás quedando,
que de treinta mozas que hay,
veintinueve están criando.

¡Y la que le falta está a punto de parir!

Es obvio que los chicos que decían eso se volvían para Mazarulleque sin haberse 'jalao' nada más que la desesperación de haber visto pasar tanta chica guapa. Por el contrario, a otros no les debió de ir mal; pues, apellidos que desde hacía siglos abundaban en Mazarulleque (Albendea, Bermejo, entre otros) acabaron apareciendo entre las gentes de Garcinarro.

¿Y qué pasaba con las mozas de Mazarulleque? 

En Garcinarro, hay quien dice que eran muy feas (¡como las uvas verdes!), lo que significa que éstos tampoco ligaban nada cuando iban para allá. También hay quien dice que a las señoritas de Maza –más que el comer– les engordaba el trato con un clérigo de la localidad:

Si allá en Mazarulleque hubiese un cura
amigo de tratar a una Victoria,
yo le suplicaría, por mi gloria,
si es que le tiene apego a la tonsura,
que no salude más a la muchacha;
pues tiene un padre la gentil doncella
capaz de darle un palizón a ella
y de romperle un lomo al 'cucaracha'.
  
Lo que viene a indicar, o bien que la tarea de ligar en Mazarulleque era harto difícil, o bien que al cura se le endosaban todos los muertos. Aun así, hubo algunos garcinarreros que triunfaron seriamente y se han hecho casi morcilleros.

Los amoríos de estos dos pueblos, los complicó la política; pero sólo en apariencia, porque donde hay sexo, no hay otra cosa que valga. Primero vino don Paco con la unificación de los ayuntamientos y luego la democracia a dar 'café para todos'. En esos tiempos, los jóvenes morcilleros siguieron viniendo a Garcinarro como siempre; si bien, con otros displays: Después de pasar por el bar de Lucio y ponerse ciegos de cerveza, cubatas (el café no les iba), se manifestaban en la cuesta del pilar para pedir —aprovechando la coyuntura— 'autonomía y libertad', que es lo que estaba de moda en la capital. En realidad, la finalidad era la misma de antes, atraer la atención de alguna garcinarrera; ya que de espíritu autonómico nada de nada. Años después, varios de  esos chavalotes que se desgañitaban desafiando a las aguas del pilón, han terminado viniendo a Garcinarro de tenientes de alcalde, de concejales de la hacienda municipal, de alguaciles. En cuanto a su suerte con las garcinarreras, ésta fue desigual; y si ellas quedaron contentas, es harina de otro costal.

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