domingo, 23 de junio de 2013

De vírgenes y sanidad pública, pidamos un milagro


Me pregunto por qué tantos hospitales públicos de Castilla La Mancha llevan nombre de vírgenes: "Virgen de la Luz" en Cuenca, "Virgen de la Salud" en Toledo, "Nuestra Señora del Perpetuo Socorro" en Albacete, "Virgen del Prado en Talavera", "Virgen de Altagracia" en Manzanares, etc. Con tanta virgen y viendo como está la sanidad en nuestros pueblos quizás deberíamos pensar en pedir un milagro.

El siglo XVII fue un tiempo de exaltación Mariana en España, donde las vírgenes no escatimaban en milagros, hasta tal punto que los católicos de otros países de Europa, e incluso en Roma, andaban un tanto perplejos y puede que hasta celosos de ver que la gracia divina, a través de la madre de  Cristo, siempre recaía en los mismo lugares, como la lotería.

Aprovechando la providencia –o más bien provocándola–, monjes, curas y otros religiosos se afanaban por dar testimonio de tanta obra sobrenatural, que arrodillaba al más impenitente; así escribían sobre estos milagros dando fe de ellos, como si fueran notarios. Las obras de milagros llegaron a constituir un género literario de tal interés y divulgación que hoy deberían ser reconocidos como los best sellers de entonces­. Cada santuario, cada virgen que se preciara debía tener su libro, con la historia y milagros que acreditaban su virtuosismo y la devoción que les tenían locales y foráneos.

No fue menos el caso de Nuestra Señora del Sagrario, de quién el Licenciado Baltasar Porreño, cura de Sacedón, recopiló en 1613 numerosos testimonios de sus milagros en Garcinarro, por encargo del obispo de Cuenca, don Andrés Pacheco­, en un manuscrito que fue transcrito y publicado en 1987 por el párroco de entonces, D. Jesús. Entre los milagros de Nuestra Señora, se dio mucha importancia al milagro de la tinaja de aceite que no desmenguaba, a pesar de extraer de ella cada día un libra y dos onzas para las lámparas de la iglesia. También se prodigó en traer la lluvia en años de sequía y sanar tullidos; pero su especialidad, sin duda, fueron las curaciones de hernia, de las que se detallan numerosos casos en  ese libro de los milagros.

Últimamente no oigo nada de milagros, sino de desatinos médicos que se repiten una y otra vez; en parte, puede que sean debidos a tanto recorte de la sanidad pública, que no dejan de escatimar en análisis diagnósticos, en especialistas, en la formación de los profesionales, en inversiones en hospitales como el de Cuenca, que aunque te lleven a él en helicóptero, se parece  ya mucho a un hospital más de Bangladés (con perdón para los bengalíes por las comparaciones). Te pueden tener semanas ingresado sin saber qué te pasa, o que ni siquiera te ingresen por falta de camas; puede que te operen dos o tres veces sin saber de qué, y hasta que el abandono y los días en cama te provoquen una obstrucción intestinal y te diagnostiquen algo grave (quién sabe si cáncer de colon) lo hubieras tenido o no antes de entrar allí. Y no hablemos del desamparo de la sanidad rural, donde parte del problema comienza con algún que otro chamán sin mucha ciencia, que nos aparcan por aquí (entre otros buenos profesionales médicos), amilanado por la orden de no hacer demasiado gasto al Sescam y con un con alto riesgo para las vidas que les encomiendan.  

La sanidad está llegando a ser una inmoralidad; un balance intolerable de costes y beneficios, donde los gastos de hospitalización se amortizan precisamente con una pensión menos de vez en cuando. Todos estamos condenados a morir, pero ya está bien de que nos recorten las vidas.  

¿Es éste el desaliento que buscan los políticos para instaurar el régimen de la sanidad privada? Si es así, no quiero un médico de pago, sino el catecismo en la escuela, un clérigo hacedor de santos y milagros o un pelotón de fusilamiento. Cualquier cosa antes de que nos tomen más el pelo y jueguen con nuestras vidas.

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